Una noche perfecta
Es difícil comenzar. Se puede hablar de la trayectoria de una banda que, a más de diez años de su nacimiento, sus clásicos no han perdido ni una pizca de la potencia con la que se dieron a conocer. Se puede hablar del sabor que genera marinar a una fanaticada durante 14 años, con discursos, estrofas y discos respetables y limpios de los males de la música popular. Se puede mencionar una generación que creció mirando a unos ídolos ajenos en la televisión, y que soñaba con ver a Kurt Cobain en Santiago el mismo día en que apretaba el gatillo, o que fantaseó con ver a Vedder y compañía, al mismo tiempo en que aplaudíamos su lucha contra Ticketmaster.
Estos ingredientes básicos estuvieron en su punto perfecto. Elegidos con pinzas. Una banda que ya no sólo es representante de una época, sino que se ha transformado, a pulso, en un grupo de rock de alto nivel. La enfermante y despiadada espera, que nos volvió locos. Y por eso la noticia de su visita, algún día del 2005, se sintió tan fuerte como la vez que escuchamos por primera vez Alive en una radio. Es el resultado de la mediatización de la música, elemento que nos es tan propio que creemos injusto el mundo porque, en esto pastos, no podremos sentir la potencia de la banda que pudimos amar en algún minuto. Una banda que supimos no habíamos olvidado cuando se confirmó la fecha y el escenario del show. Una banda que volvimos a amar cuando la lluvia caía, el vapor volaba y los corazones latían en frenesí hasta detenerse por completo, durante milésimas de segundo, con los primeros acordes de “Release Me”. Y hoy, una banda que no olvidaremos.
Si a los ingredientes básicos le sumamos una suave lluvia que recordaba las húmedas imágenes del icónico Seattle que conocimos con MTV, el resultado no puede ser menos que idílico.

Cuando acabó, si bien hubo desazón, claramente el público estaba satisfecho. Pletórico. Hinchado de placer. Los comentarios tras “Alive”, las caras de la audiencia tras “Black”, el gesto de éxtasis con los primeros acordes de “Yellow Ledbetter”, otorgaron valor agregado a la entrada, que se guarda como tesoro en la billetera. O los aplausos del público, que respondía con amor y pleitesía la ejecución musical de un puñado de chicos que sólo vinieron a rockear al sur del mundo. Y se encontraron con 25 mil voces que esperaron 14 años para explotar de verdad. Detonación que reventó una noche en San Carlos, que voló la cabeza de Pearl Jam en pleno, y que incluso sorprendió a los mismos asistentes, que se dieron cuenta, una húmeda noche en la precordillera, del poder de la música. En la misma precordillera que sostendrá en sus brazos los ecos de Vedder y de Santiago, la noche en que todo fue perfecto… o pudo serlo.


















