Amargando la vida...

Manteniendo mi cuestionable espíritu combativo, y en un terrible acto de traición a la natural instancia “pensativa” y “de acuerdos” que tanto me pertenece, analicé un blog hace unos días, firmado por Verónica Reyes, el que junto a una entrevista a Alfredo Jocelyn-Hoyt en La Nación Domingo, me hicieron divagar sobre el rol que las Universidades en Chile tienen para la sociedad.
Fueron los señores Ortega y Gasset, entre otros, quienes sindicaron a las Universidades como los dínamos de una nación, el portal del futuro de la sociedad en la que residen. Y no muchos confirman lo anterior con las ya clásicas Federaciones Universitarias de finales de los 60, que gritaban a los cuatro vientos el potencial triunfo de Allende, y de paso estableciendo que “El Mercurio Miente”.
Más de 30 años después, las Universidades siguen siendo los centros generadores de líderes. El problema es que en el estado actual de la política y sociedad chilena, no es muy alentador que éstos salgan de los campus universitarios, otrora generadores de la intelectualidad nacional.
Pero el juego comienza cuando hay que buscar responsables. Y ahí salen los líderes tipo Consejo de Curso de 8vo básico, que gritan, lloran y arman tocatas ad-hoc, mientras los miembros del facultativo, que comentan entre pasillos que “el sistema está podrido y todo se va al carajo”, a la hora de sumar, deben revisar controles y trabajos marcianos. La pega, dicen.
Capítulo aparte son los directores y rectores, verdaderos fantasmas que a ratos pasan por la sede, que dictan charlas de humanismo mientras sus estafetas cobran 250 mil pesos mensuales porque el joven no tuvo la fuerza o el interés de aprobar el único ramo que lo tiene pegado en las aulas. Razones sobran. Y esto no es un fenómeno absoluto de las privadas, que frente al mar de críticas de los años 90, decidieron virar el timón y enfocarse en trabajar, acumular miles de alumnos en 3 cuadras y sacar profesionales como Castro detiene detractores.
Y tampoco es el malévolo sistema que nos maneja como títeres. Gran culpa la tienen los estudiantes, entre los que viven en asambleas y sueñan en grande, y sueñan en grande, y sueñan en grande, y los que ya no sueñan (o nunca lo hicieron) y viven como parásitos en rinoceronte, absorbiendo lo que quieren para volar cuando no exista utilidad.
Pero quien puede culparnos a nosotros, pajarillos bobos, por querer cumplir nuestros sueños, de manera autosuficiente, sin esperar que la sociedad se transforme en el somnoliento Edén, en el lloroso Rojo Amanecer, en el patriótico Futuro Esplendor. Yo voto. Y puedo apostar que muchos de nosotros, apáticos ciudadanos, también votamos. Pero ese bendito voto no significa nada sino se cree que lo que se vota, mientras que aquellos que más creen deciden abstraerse del sistema, en protesta.
Y eso es lo más censurable. Principalmente por tonto, puesto que al no ser parte de la ecuación, no tienes injerencia en el resultado. Y los rebeldes buscan alternativas fuera del molde, golpeando como desaforados, cuando es claro que la mejor forma de derrotar el sistema, si eso es lo que quieren, es desde dentro. Eso quiso la oposición de los años 80’s. Así les ha ido. Y supongo que eso quieren los estudiantes que se desviven por la igualdad, mientras aquellos que se cansaron, sólo quieren que se bajen pronto del paro para poder pasar la Navidad en mi casa en Chiloé. “Maldito vendido!!!”, le gritaría algún colérico.
Lo peor es que yo solía ser un tipo positivo.