Historia de una bisabuela

Mi bisabuela tiene 89 años. Dos hijos, cerca de 16 nietos y una chorrada de bisnietos. Se casó a los 15 años con un tipo que gozaba al vida y que falleció a los 45 años. De ahí en más, trabajó como negra vendiendo zapatos, paso tiempos oscuros y felices, siempre aplanando Santiago con su cuaderno Auca, siendo saludada en Universidades, Hospitales y Ministerios, manteniendo el negocio familiar de manera notable.
Siempre en micro, recién a los 70 y pico comenzó con dolores, los primeros tras el ataque artero del perro de una clienta, que le costó la sanidad de su cadera. Esta misma zona se vió dañada nuevamente tras salir disparada por la puerta de un micrero apurado. Todo eso la obligó a adquirir un bastón, permitiéndole seguir con sus rondas comerciales hasta entrados los 80.
El sábado falleció su hijo. Mi tio Tabo. 71 años. Derrame mientras dormía. La llamaron cerca de las dos, mientras se cocinaba el almuerzo, pues su hija y su yerno andaban de paseo en Mendoza con mi mamá. La Nenita sólo atinó a llamar a un tío, el que se encargó de contactarse con todos para organizar el viaje de mis abuelos a Iquique al día siguiente.
La noche del sábado, mi mama me relato como hizo para informar a mi abuela que su hermano había fallecido. Y no pudimos describir lo que sentirá la Nenita, que a sus 89 años, cuando en su orden de cosas ella debió haber fallecido hace bastante tiempo, debe sufrir la pérdida de su hijo menor.
Las madres nunca piensan en perder su hijo. Es al revés. Los retoños deben preparar el luto, las flores, el corazón y los recuerdos. Las enseñanzas y el aprendizaje es del mayor al menor. Y si esto no ocurre porque, según la afectada, lleva mucho tiempo viviendo, los sentimientos de culpabilidad deben ser enormes.
Supongo que la Nenita no volverá a viajar a Iquique. Me imagino que la Nenita se pondrá más mañosa de lo que es. Asumo que hoy, mas que nunca, la Nenita entiende que le queda poco. Creo que a la Nenita le queda menos de lo que pensábamos.